Agustín Pichot

16 de julio de 2008

Ficha

Por: Jorge Búsico

Un viernes de noviembre del 2000, este cronista se encontraba en un elegante hotel de la elegante Richmond aguardando el test que al día siguiente iban a disputar los Pumas ante Inglaterra, en Twickenham. En el bar se topó con Derek Bevan, el galés que se había retirado como árbitro un año antes, en el encuentro entre argentinos y franceses por los cuartos de final del Mundial 1999. Tras un par de comentarios de rigor, Bevan recordó: “Para mi despedida me tocó un partido sensacional, pero mucho más porque ese día estuvo en la cancha un jugador extraordinario como Agustín Pichot”.

En ese mismo 2000, Pichot era capaz de jugadas como estas, vistiendo la camiseta de los Barbarians y ante los Springboks.





Aunque parezca mentira, poco antes de todo esto a Agustín Pichot se lo discutía en la Argentina. Que jugaba a otra velocidad, que no le convenía al juego de Los Pumas, que jugaba sólo para él y un montón de pavadas más que, por ejemplo, lo dejaron sin actuar ni un segundo en el Mundial de 1995, pese a que en su debut con la celeste y blanca, en ese mismo año, había apoyado un try ante los Wallabies, en Brisbane. Más aún: no eran pocos los que sostenían que al 99 tenía que ir como suplente. En realidad, no le perdonaban que en el 96, siendo todavía un pibe, haya decidido emigrar hacia el rugby profesional, precisamente al Richmond, club de la ciudad donde este cronista se topó con aquel comentario de Bevan.

Entre tantos dones, Pichot posee uno especial: nunca pasa desapercibido. Adonde vaya provoca ruido, seguramente porque tiene una mentalidad que lo lleva a conquistar cada uno de los objetivos que se propone. En la cancha y afuera. Es líder por naturaleza. Capitán por excelencia. En sus clubes (CASI, Bristol, Stade Francais) y en Los Pumas. Y en sus emprendimientos. Firmó con Nike y su línea de ropa es un éxito de ventas; lo llamaron para un cargo honórifico en Chubut y ya lo quieren como político y también le queda tiempo para dedicarse a una de las cosas que más le llenan su trajinada vida y de la que prefiere no hablar públicamente: la Fundación que ayuda a los niños de las comunidades indígenas de este país.

Como medio scrum es de esos que rompen el molde y por eso es inútil entrar en comparaciones. Tan inútil como discutirlo. Siempre está 10 segundos adelantado a la jugada. Veloz de manos y de cabeza, con un pique corto letal, guapo a la hora de tacklear (flashback: recordar cómo tumbó en la última pelota al octavo escocés cuando las papas quemaban en los cuartos de final del último Mundial), con un manejo de la base increíble y con una enorme inteligencia para dominar todos los aspectos del juego y del reglamento. Impone respeto a todos: compañeros, rivales, árbitros y público.

¿Y afuera de la cancha? Ante todo, incondicional con sus amigos, allí donde es más Ficha que en cualquier otro lado. Con los de la camada 74 del CASI y con los que se agregaron después. Familiero, capaz de derrumbar el personaje cuando habla de sus hijas. Inquieto, híperactivo, hasta chiquilín si se quiere. Simpático, entrador, piola, pero también firme y duro cuando hay que ir al choque por lo que él cree. Y frontal. Quien esto escribe lo puede afirmar. Cada vez que hubo un punto de vista distinto, que no fueron pocos, Agustín optó por no esconderse y tirar bosta por detrás, como hacen muchos.

¿Más de afuera? Líder para juntar a los referentes de Los Pumas en el 2006 y convencerlos de que no se perdía más. Y no se perdió más. Líder para encabezar los reclamos a los dirigentes. Y se logró lo que pedían los jugadores. Líder para no esconder su defensa del profesionalismo. Y se entendió que había que estar preparado profesionalmente para enfrentar a los mejores. Líder para preservar los valores del amateurismo dentro del profesionalismo. Y allí está el ejemplo de Los Pumas en el Mundial.

Lloró cuando el equipo quedó eliminado en el 99, pese a que segundos antes se había llevado una ovación inolvidable del Landoswne Road de Dublin, uno de los escenarios más míticos del rugby. Lloró cuando se perdió en las semifinales del 2007 con los Springboks. En ambos casos, él, sólo él, creía que se podía ser campeón. En el medio, se juró a si mismo que había que dar vuelta la historia del 2003, donde fue capitán y no rindió todo lo que esperaba.

Por todo esto, Los Pumas extrañarán más de la cuenta a ese 9 movedizo y que nunca pasó desapercibido. Al capitán por excelencia. A este que antes del test por el tercer puesto daba su última arenga.