Buenos Aires 1993

7 de agosto de 2008


Por Jorge Búsico

El 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela fue liberado luego de haber estado 27 años preso en la cárcel de Robben Island y, en el marco de ese proceso, el 17 de junio de 1991, el parlamento sudafricano, a iniciativa del presidente Fréderik de Klerk, promulgó el fin del brutal régimen de apartheid. En el 93, Mandela y de Klerk recibieron el Premio Nobel de la Paz. Ese mismo año, en octubre, los Springboks empezaban a salir del aislamiento con el que la ONU había castigado a inicios de los 70 a Sudáfrica por su política de segregación racial. Y uno de sus primeros destinos fue la Argentina.

Dirigidos por Ian McIntosh, un entrenador que precisamente después fue separado por haber efectuado comentarios racistas, los Boks llegaron a este país con una numerosa delegación buscando el equipo que dos años más tarde se iba a consagrar campeón del mundo en su primera presentación. El capitán era Francois Pienaar y el plantel contaba, por ejemplo, con dos jovenes que un tiempito más tarde iban a explotar como cracks: el medio scrum Joost van der Westhuizen y el elegante fullback André Joubert, a quien la prensa de su país bautizó como el Rolls-Royce del rugby.

La primera parada fue en el estadio de Ferro, ante un combinado de Buenos Aires dirigido por Hugo Nicola y Emilio Perasso. El rugby argentino todavía no se había reacomodado del cachetazo del Mundial 91 y ese sábado 30 de octubre las Aguilas presentaron un equipo que combinaba juventud y experiencia. Allí estaba Marcelo Loffreda, quien había sido parte del heroico triunfo ante los Boks en Bloemfontein, en 1982, cuando el rugby argentino se vistió de Sudamérica XV para eludir el boicot.

Absolutamente nadie esperaba un batacazo, pero finalmente Buenos Aires ganó por 28-27, con 23 puntos de Lisandro Arbizu, ese día apertura, y un try del ala de Alumni, Fito Vilallonga. Uno de los protagonistas principales fue el árbitro tucumano Pablo Bleckwedell, quien con sus fallos perjudicó claramente a los Springboks. Recuerdo el fastidio de los periodistas sudafricanos y el rostro colorado de bronca de McIntosh en la conferencia de prensa. Tanto quedó Blackwedell en la historia de los Boks que 10 años más tarde, luego del test en Port Elizabeth, cuando le pregunté a Joel Stransky, aquel del drop en la final del 95 y en ese momento comentarista de la televisión, por el arbitraje del australiano Nigel Williams me respondió secamente: “Igual fue mucho mejor que aquel que tuvimos en Buenos Aires en el 93″.

Con la furia a cuestas y con ansias de revancha, los Springboks viajaron precisamente a Tucumán para enfrentar al Naranja, que por esos años dominaba el rugby argentino y se hacia más fuerte ante su público. No recuerdo un clima tan tenso como el de esa noche calurosa en el Norte argentino. Se respiraba calentura. Y así fue: al primer scrum se armó una gresca descomunal que fue manejada con criterio por el árbitro Gabriel Bavio, quien esta vez se llevó los injustificados insultos de los locales. Los sudafricanos ganaron la pelea y el partido.

A la vuelta a Ferro aguardaban Los Pumas dirigidos por Tito Fernández y Pipo Méndez y capitaneados por Arbizu. Fue triunfo Springbok por un ajustado 29-26 que se transformó en un abultado 52-23 en la revancha.

De esa gira guardo dos anécdotas hilarantes correspondientes ambas al primer test. En esos años mi tarea profesional giraba más en torno a la televisión que a los medios gráficos. Trabajaba para Torneos y Competencias, fundamentalmente presentando desde Buenos Aires los torneos de tenis de Grand Slam y siguiendo los pasos de Gabriela Sabatini. Y como Torneos tuvo los derechos de los partidos, me convocó para relatarlos para el Canal 9 de Alejandro Romay en compañía de Perica Courreges, quien ya estaba incursionando por el periodismo. Perica, vale aclararlo, es un personaje dentro del rugby.

Lo cierto es que para el primer test, estuvimos armando toda la semana una producción de archivo con Hugo Porta, autor de los 21 puntos en 1982. La idea era que la transmisión arrancase con ese video y que, al terminar, yo dijise algo así como “Y ahora, habla este hombre”. Para eso, ya estaba pactado que Perica entrevistara a Porta dentro de la cancha y siguiera al instante mi pie. Pero, Perica no lo llevó solo a Porta, sino también a Pochola Silva, quien bien merecía otra nota, pero no esa.

Cuando las imagenes de archivo de Porta empezaron a salir al aire, desde la cabina vi que Perica se había sacado los auriculares y que, fiel a su estilo, estaba intercambiando bromas con Hugo y Pochola. Se iba acercando su tiempo y Perica seguía a las risotadas, sin escuchar los insultos que empezaban a salir de la boca de Juan Cruz Avila, quien hacía sus primeras armas como productor. Nada. Perica seguía en lo suyo. Hasta que me tocó darle el pase. Y, obvio, la jugada no salió, hubo eternos segundos en silencio y Perica recién se calzó los auriculares cuando un asistente, desesperado, le avisó que tenía que ponerle el micrófono a Porta.


Eso fue gracioso, pero lo que pasó al final resultó lamentable. Con el resultado 29-26, Los Pumas tuvieron un penal esquinado casi desde mitad de cancha, pero el ejecutor era Santiago Mesón y su pegada espectacular (de las mejores que me tocó ver) auspiciaba un milagro. La patada del tucumano tuvo dirección pero se quedó corta.

Al llegar a mi casa luego de un largo día, mi viejo, que no había podido ir a la cancha, me llamó preocupado. “¿Y cómo terminó el partido?”, me preguntó. “¿Cómo, no lo viste?”, respondí temeroso. “Sí, pero lo cortaron justo cuando iba a patear Mesón”, escuché del otro lado del teléfono en una época en la cual esa era la única vía de comunicación. Sin entender mucho llamé a otros amigos y me contaron lo mismo. Hasta que di con Juan Cruz Avila y, más furioso que con Perica, me explicó lo inexplicable: ese sábado el 9 de Romay tenía su programa de mayor rating (creo que era de música tropical) y debía comenzar a horario. En consecuencia, cortaron el partido sin importarle qué ocurría en Ferro. Nunca sentí tanto que había trabajado al cuete.