Los Pumas: El precio por jugar con fuego (Sagrado)

21 de junio de 2008

Por: Pablo Cheb Terrab

No se puede ser heroico siempre. Sencillamente no se puede. Ni siquiera hay necesidad de intentarlo. Permanentemente, cuando ganan Los Pumas dan la sensación de sobrevivir a sus heridas de guerra. Parecen remontar partidos irremontables, despertarse en el momento justo para sobrellevar sus duelos. Pero siempre no se puede.

Argentina, en un estadio repleto de hinchas ansiosos, bajo la mirada atenta de 40 mil neo fanáticos -más exigentes que en cualquier etapa de la historia reciente-, perdió como local ante Escocia por primera vez en casi 40 años. Y perdió porque quiso mantener intacta su fama de selección luchadora.

El equipo tiene categoría, tiene individualidades y tiene momentos de juego asociado que lo hacen parecerse a una potencia mundial. También tiene un lugar en el ránking mundial (y en el último torneo Mundial) que invitan a una ilusión permanente: están terceros (y fueron terceros). Pero no logra desplegar desde el inicio de los partidos un dominio que le permita transitar con comodidad su indiscutible supremacía.

Entonces deja de ser superior.

No se puede luchar siempre. No hay nada que les haga peor a Los Pumas que la garra Puma. ¿No podrían, acaso, ser prolijos, jugar ordenados hasta que una victoria decantara hacia su lado por diferencia de calidad entre equipos?

Dar todo es comprensible, pero a veces depende de a quién se lo damos.

En Vélez, el equipo argentino se quemó con su fuego sagrado. Pecó de exceso de ímpetu y de falta de control.

Fue dominado tácticamente por un rival que aprovechó sus deficiencias en el line tirando todas las pelotas afuera. Sufrió otra vez la falta de precisión de su medio scrum -y de todos sus tres cuartos- a la hora de pasarse la pelota. Pasó la línea de 22 metros del rival por primera vez a los 30 minutos de partidos. Perdió pelotas insólitas por aislamiento de los atacantes o por falta de manejo. Cometió infracciones innecesarias que le costaron demasiados puntos del contrario. Se peleó de a ratos con los jugadores escoceses.

Todo esto, dosificado, había sucedido en el último test. Pero la resurrección eterna, el ponga huevo que ganamos terminó cubriendo cualquier estigma.

Esa concepción de lucha por sobre todas las cosas termina contraponiéndose de manera implícita con el lujo o con el juego simple y vistoso.

No debería ser así: lo ideal es complementarlas. Pero a la hora de elegir, con un Todeschini errático en su especialidad, las patadas a los palos; con un Contepomi demasiado rápido para entenderse a sí mismo o para que lo entiendan los otros compañeros; con un Borges que toma decisiones como la que tomó en el primer try de Escocia; con un equipo que empieza a jugar -a jugar en serio- a los cinco minutos del segundo tiempo, Los Pumas eligen la garra.

A veces les sale y les sale muy bien. Pero eso no quita que elijan la opción equivocada. No porque no sea útil: no es una cuestión de pragmatismo. Sino, simplemente, porque no siempre se puede ser heroico.